Cuento: El manjar de los dioses, por Mario Alcalá

EL MANJAR DE LOS DIOSES



Saliendo de la central camionera tomas el metro Independencia, te bajas en la estación Hidalgo y sales por el lado norte. Frente a ti vas a ver un local de renta de computadoras e internet y justo a su lado derecho encontrabas ¡Los mejores tacos del universo!

Así se anunciaba el changarro aquel, un poco arriba de un vil puesto, pero muy por debajo de un restaurant. ¡Los mejores tacos del universo! y unos marcianitos de caricatura salían bailando de sus naves espaciales y llegaban a comer tacos para luego subir de nuevo en ellas, pero ahora portando traje de charro y cantando Cielito lindo. El anuncio se oía en la radio, se veía en la televisión a muy altas horas de la noche sólo en canales locales, y también en las redes sociales, las cuales finalmente fueron las que les dieron una fama inesperada cuando la influencer Diana Lane vino a la ciudad, los probó y publicó en todas sus redes que efectivamente eran los mejores del universo.

Qué mierdas iba a saber ella, si nunca había salido del planeta, nunca había visto los rayos-C brillar en la obscuridad cerca de la puerta de Tannhauser. Es más, no conocía ni siquiera Oaxaca.

Guerras, chismes de estrellas de la farándula, contaminación, inmigración, etcétera. La vida en la tierra se mantuvo en su rutina de siempre por algunos días, pero después de un par de semanas llegaron los dioses. Los primeros fueron los aztecas, un par de mensajeros acompañados de Quetzalcóatl,
quienes aparecieron en el zócalo de la Ciudad de México como si siempre hubieran estado ahí, esperando el momento de materializarse y mostrarse al hombre. Eran Ometecuhtli y Huitzilopochtli, quienes con su facciones serias y geométricas, sus altos penachos y armas de guerra, se mostraban imponentes mientras una serpiente emplumada volaba sobre ellos. Minutos después comenzaron a llegar reportes de todo el mundo, en las ciudades más representa de los continentes, los dioses estaban haciéndose notar de una manera casual, desvergonzada hasta cierto punto.

En Egipto se aparecieron Ra, Seth y Anubis, personajes casi idénticos a los cuales sólo podías distinguir por sus cabezas de animales distintos: halcón, chacal y otra que parecía una mezcla entre varias aves. Salieron de la arena como si el mismo desierto los hubiera escupido y se estacionaron frente a las pirámides, como si estuvieran esperando recibir alguna indicación.

Júpiter y Marte.
En el Coliseo romano, como era de esperarse, se congregaron Los dioses, no los planetas, porque si así hubiera sido, esta historia acabaría aquí. Pero no sólo los dioses conocidos y tradicionales estaban haciendo acto de presencia. Por ejemplo, en la costa de Rhode Island, en Estados Unidos, surgieron dos seres repugnantes y gigantescos. El primero de ellos salió de los embravecidos mares, un ser gordo con alas, lleno de lama y con tentáculos por boca, el gran Cthulhu. El segundo apareció de la nada a través de un orificio galáctico en el cielo, era un enredo de tentáculos, ojos y burbujas carnosas, conocido por sus acólitos como Yog-Sothoth. (1)

Bueno, para resumir los sucesos y dejar que la historia progrese, sólo les diré que dioses de todas las mitologías aparecieron en los países en donde sus raíces habían surgido. En algunas ocasiones aparecieron algunos que nadie conocía, tal vez se perdió registro de ellos a través de los siglos, y en otras ocasiones dioses que se supone pertenecían a tal o cual país, aparecieron en otro totalmente diferente, confirmando la teoría de que los antiguos humanos llevaron sus creencias de un lugar a otro.

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1 N. del Redactor: Sí, Jesús y el arcángel Gabriel aparecieron en Tierra Santa.

En todos los sitios donde los dioses habían aparecido comenzaron a llegar los medios de comunicación, instalaron rápidamente sus centro de mandos móviles y comenzaron a trasmitir lo que sería la noticia del siglo. En realidad, eso de transmitir no era necesario, pues al caer la noche surgió de entre los cielos un estruendo ensordecedor que a los pocos minutos fue bajando de intensidad hasta volverse un susurro. Este sonido se escuchaba en todo el mundo, no hacia diferencia si estabas al aire libre, dentro de tu casa, con los oídos despejados o tapados. El susurro se escuchaba en tu cabeza más que en tus oídos.

De nuevo tomando la iniciativa, los dioses aztecas “hablaron” a través del susurro que llevó su mensaje a todo el mundo. Se estaban declarando amos y señores de toda la humanidad y por consecuencia del universo, al haber vencido en El Gran Juego. Este juego, después nos enteramos, era el siguiente: grupos de seres de poder inimaginable habían estado discutiendo por siglos sobre quién debería reinar sobre toda la existencia que entre todos crearon. Al principio hicieron guerras que nunca llegaban a ningún lado, pues siempre terminaban en empates técnicos. Después decidieron crear un campo de competencia donde debían probar su superioridad sobre los demás, y así surgió la Tierra con sus habitantes.

Cada grupo de dioses creó seres que pelearían en su representación. Estos seres peleaban día y noche con una furia inimaginable, pero al igual que antes, no se pudo declarar una facción ganadora, así que mejor decidieron exterminar a los dinosaurios y empezar de nuevo, sólo que esta vez iba a ser algo más mental y menos físico.

Decidieron crear una raza de seres desde lo menos desarrollado que pudieran, pero siempre con oportunidad de crecer y evolucionar. Al momento de que esta raza tuviera algo de conciencia, cada grupo de dioses tomaría un grupo de humanos e indirectamente los guiaría por un tiempo establecido. Les podrían dar conocimiento, orientación, creencias, pero nunca involucrándose de manera directa. Después de que expirara el tiempo establecido, los dioses los dejarían a su suerte hasta que alguno de sus pupilos lograra algo tan notable, espectacular o digno de reconocimiento en toda la existencia, que a las demás deidades solo les quedara como remedio aceptar su derrota.

Para este fin, algunos dioses ilustraron a su gente en las ciencias matemáticas, otros en conocimientos astrales, algunos más en lenguajes escritos, pero nadie imaginó que las artes culinarias serían las que decidirían al ganador, pues “los mejores tacos del universo” no son cualquier cosa.

Como era de esperarse, nadie aceptó la victoria azteca de brazos cruzados. Por días enteros la discusión se podía escuchar en el susurro mundial, así lo bautizaron. Al principio, todo mundo dejó de hacer su vida normal por estar al pendiente de lo que sucedía, pero después de tres semanas, la discusión se volvió realmente monótona y empezamos a dejar de prestar atención. (2)

Al final, los dioses aztecas dieron un argumento imbatible: ¿qué debían tener unos tacos para ser mejores que los autonombrados “mejores tacos del universo”? Ningún dios pudo contestar, pues claro, ninguno se dio el tiempo de probar o al menos de averiguar qué eran los tacos. Nosotros les podíamos
haber contestado, pero nunca fueron para tomarnos en cuenta, ¿y por qué habrían de hacerlo?, si sólo éramos un experimento para ellos.

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2 N. del Autor: Por lo que pudimos captar de la discusión de los días siguientes, hace mucho tiempo tuvieron que llamar la atención y tomar medidas represivas contra los habitantes de tierra santa, porque sus deidades
hicieron trampa al interactuar directamente con la gente, pero esa historia se las cuento después.

Y así los dioses aztecas se proclamaron ganadores. Las demás deidades bajaron sus cabezas en señal de rendición y uno a uno fueron desapareciendo de la Tierra para dejarnos a nuestra suerte. Después de ese incidente, la vida en el planeta siguió su curso de una manera más o menos normal. La gente volvió a dejar de oír cosas en el aire, los académicos comenzaron a discutir cómo cambiar los libros de historia universal.

¿Las iglesias y religiones? De esas mejor ni les cuento. Para ser sincero, creo que nunca sabremos qué consecuencias tuvo el fin del “gran juego”.(3)

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3 N. del Narrador: El changarro de los tacos quebró al cabo de unas semanas. Resulta que en realidad los tacos estaban bien gachos.

Mario Alcalá

Sobre al autor

Mario Alcalá. (Ciudad Juárez, 1975) es un ávido lector de historias cortas de terror y ciencia ficción.
Publicó en 2009 Lupus en coautoría con Jorge López Landó

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