Estafados: cuando la necesidad nos vuelve cómplices
La cartuchera de Chéjov de Mikhail Carbajal
Desde su grandilocuente auge, la era digital y la presencia de una aldea global interconectada sedujo a todas las formas de expresión de la faz humana. Como ciudadano millenial, recuerdo con algo de nostalgia un mundo sin el exceso de información que hoy pernocta en todos nuestros dispositivos, llámese por ejemplo la posibilidad de consumir a cuenta gotas cine, entretenimiento o libros de una manera analógica, o la misma facilidad para acudir a conciertos a bajo costo, sin filas virtuales kilométricas o revendedores; así también la calidez de recibir servicios al cliente en determinados rubros, bancarios o mercantiles, sin hacendosos menús de marcación, asistentes de IA, ni algoritmos híperpersonificados.
Un estudio de Scamwatch en Australia (2023) encontró que el 30% de las estafas reportadas ocurren en plataformas de compraventa entre personas. En Latinoamérica, el problema es similar, especialmente con ventas de celulares, autos y electrodomésticos falsos, ya sin mencionar el obvio riesgo que existe en pretender adquirir vehículos usados, o en el meollo de esta columna: la búsqueda de sitios para rentar y la presencia de empleos falsos que en el “mejor” de los casos abanica la pérdida de un dinero que no se tiene, y en el peor, secuestro y extorsión.
En enero de este año fui despedido de mi empleo como profesor en una escuela de alto rendimiento, situación doblemente crítica, pues mientras que por un lado sucedió durante la ya famosísima cuesta de enero y en coyuntura de un México padeciendo múltiples faenas sociopolíticas e inflaciones, también sucedió ya iniciado el ciclo escolar, situación que representa para cualquier profesional de la educación la no existencia de vacantes abiertas en el rubro. Dicha situación me hizo, por primera vez en ocho años tras mi egreso de la licenciatura, recurrir a plataformas de búsqueda de empleo; las más famosas: LinkedIn, OCC Mundial, Indeed y Computrabajo; las menos comunes: los grupos de Facebook.
Si ya desde antes me había percatado de la ominosa presencia de vacantes fantasma, demasiado buenas para ser ciertas, o perfiles que más que brindar oportunidades laborales, depredaban información, durante esta búsqueda fue más que evidente lo vulnerables que somos los usuarios en cuanto a caer en estafas,
En su libro “Cómo sobreviven los marginados”, Larissa Lomnitz menciona que, en condiciones de exclusión económica, el engaño y la ilegalidad se convierten en estrategias de supervivencia, no solo para el estafador, sino a veces también para el estafado, que participa en dinámicas fraudulentas esperando salir de la pobreza. Si para mí pareciera aparentemente obvio que esa vacante de $3000 a la semana por medio tiempo desde casa no es verídica, para muchas personas, la sensación de estar hallando una oportunidad que se da una sola vez en la vida, puede desembocar en caer en estafas. En grupos de renta de casas en la Zona Metropolitana de Monterrey abunda una dinámica tan vieja como la sociedad misma, la de postear fotografías, a menudo sacadas de internet, y ofertar rentas a precios irreales con el afán de enganchar a crédulos. En muchos de los casos, las víctimas caen en la jugarreta de enviar un depósito “para asegurar la compra” o “para tramitar el contrato o qué sé yo” y en esa desesperación, envían cantidades de dinero que no sobran, repito, y terminan siendo bloqueados. Lamentablemente la situación es tan recurrente como fácil es crear perfiles falsos, sacar tarjetas express de débito.
Por otro lado, Marc Augé en su libro “El sentido de los otros” afirma que «La estafa no es solo un delito económico, sino una forma perversa de relación social donde la confianza es manipulada para beneficio de unos pocos.» (1994)
En un mundo donde la desesperación y la necesidad conviven con la hiperconectividad, la estafa ya no es solo un delito: es un síntoma de nuestra propia fragilidad. Caemos no por ingenuos, sino porque en medio de la precariedad, cualquier atisbo de oportunidad parece mejor que la certeza del fracaso. Como bien apunta Lomnitz, el engaño florece donde el sistema ha dejado grietas, y nosotros, los potenciales estafados, somos ese eslabón débil que oscila entre la esperanza y la trampa.
Recomendaciones para no ser presa fácil:
Desconfía de lo «demasiado bueno»: Si una renta, un empleo o una inversión promete milagros, probablemente los únicos milagros serán para quien te lo vende.
Verifica dos veces (o tres): Usa Google Lens para revisar fotos de propiedades, busca el nombre de la empresa en portales oficiales, y nunca des datos sin confirmar legitimidad.
El dinero no se adelanta: Depósitos «para asegurar» son la carnada clásica. Un trato real no exige pagos sin contrato o visita previa.
Denuncia: Plataformas como la Condusef en México o el INAI tienen mecanismos para reportar fraudes. No normalices el silencio.
La estafa digital es el espejo de una sociedad que nos enseña a desconfiar pero no a protegernos. Cada víctima es un recordatorio de que, en la lucha por sobrevivir, la vulnerabilidad no es un error personal, sino colectivo. Quizá la verdadera trampa sea creer que esto solo le pasa a «otros». Como bien dice Augé, cuando la confianza se vuelve mercancía, todos llevamos el cartel de «en oferta».

— Mikhail Carbajal
Escríbeme a mikhailcarbajal@hotmail.com
Mikhail Carbajal (Durango, 1991)
Es licenciado en Letras Mexicanas por la UANL y Maestro en Nuevas Tecnologías Aplicadas a la Educación. Es poeta y narrador. Autor de “Dividir el desierto” “Ciudad enteramente re-construida” y “Uno es el número mínimo de personas para hacer un dueto”. Es el creador del proyecto “La gramática del meme” reconocido en 2023 por el Senado de la República como proyecto que fomenta la cultura en la juventud. Fue becario del PECDA Durango en 2023.
1 Comment
Excelente reflexión acerca de la realidad del ciudadano común atrapado entre las redes de la desesperación y la marginalidad en la que todos estamos expuestos a ser la siguiente víctima.