El internet ha muerto… ¡que viva el internet!, por Mikhail Carbajal

El internet ha muerto… ¡que viva el internet!
La cartuchera de Chéjov de Mikhail Carbajal

Hubo un tiempo en que internet irradiaba descubrimiento. Sabía a conexiones genuinas, a páginas web construidas con código torpe y pasión genuina, a foros donde discutías con extraños sobre Matrix hasta altas horas de la madrugada sin que un algoritmo te dijera qué pensar. Donde explorabas jueguitos flash, o echabas el chal en salas de chat, o compartías en páginas pequeñas dosis de tu día a día.

Hoy, ese internet está muerto. Lo ahogamos en un mar infinito de contenido automatizado, en la ilusión de abundancia que es, en realidad, el mayor vacío digital.

¿Te has quedado segundos que se vuelven minutos que se vuelven horas revisando qué ver en YouTube, Netflix, Prime Video, o Max? ¿No te ha pasado saber que por quien doblan las campanas son los youtubers pidiéndote en sus videos que actives la campanita, des like y comentes?

Internet muerto: un cementerio de pixeles

La teoría del Internet Muerto sostiene que la web actual es un cadáver animado: el 90% de lo que consumimos fue generado por máquinas para máquinas. Artículos escritos por ChatGPT, influencers que no existen, tutoriales narrados por voces sintéticas que bien te pueden contar una creepy pasta, un brainrot italiano, anécdotas de Reddit, un tutorial de belleza o un meme. Fotos irreales de tripulación de vuelo junto a Jesucristo salvando gente y la leyenda: Beautiful cabin crew 💋Scarlett Johanson.

Las redes sociales están repletas de cuentas fantasmas que simulan interacción, como en 1984, donde el Gran Hermano llenaba el mundo de noticias falsas para ocultar el inminente hecho de que nadie las leía.

Por ejemplo, aquí en Nuevo León, el actual gobernador del estado, Samuel García, ha abarrotado las redes sociales de sus dependencias gubernamentales con bots que o bien alaban y exageran sus logros, o bien desprestigian y azoran a sus detractores. Descarados nombres comunes, fotos de perfil generadas por IA, comentarios genéricos y guionados. El problema no es que el engaño sea sofisticado, sino que ya ni siquiera eso nos importa.

El auge de las IAs: el asesino silencioso de empleos (y sentido común)

Duolingo, la app que prometió democratizar los idiomas, despidió a decenas de traductores humanos para reemplazarlos con IA. El resultado: Frases como «Yo ser feliz cuando tú hablar español» y usuarios frustrados que, irónicamente, dejaron de aprender. En desesperación, la app de aprendizaje ubicuo e idiomas, migajea sus promociones, su plan premium, y expone rabietas adolescentes en sus redes sociales, cual niño berrinchudo que no acepta que se equivocó.

Por otro lado, los community managers ahora son prompts; el customer service, un chatbot que repite «Lamento tu molestia» mientras te clava en un loop infernal. Las empresas celebran el ahorro de costos, pero ¿de qué sirve una eficiencia que pierde al cliente en el proceso?

Muchos trabajos buscan UX writers, o expertos en lenguaje para alimentar y moldear las IAs que en un futuro cercano los van a sustituir, eso es tan triste como el empleado longevo que ha sido despedido y debe capacitar a su joven reemplazo.

La paradoja del contenido infinito: producimos más de lo que podemos consumir

Hay más streamers que espectadores, más libros digitales que lectores, más cursos online que estudiantes. Las IAs generan imágenes, textos y videos más rápido que cualquier humano, pero ¿para qué? La oferta es tan apabullante que el valor de todo se diluye. Es como si el capitalismo digital hubiera inventado un horno que cocina pizzas a velocidad luz… solo para tirarlas a un basurero cósmico. Por más hambreadillos que estemos ante la oferta, no existe tiempo humano ni digestivo para comerlo todo. ¿El resultado? Merma digital al pormayor.

El Gran Hermano digital: cuando la saturación es el control

Orwell imaginó un mundo donde la verdad se perdía entre mentiras repetidas. Hoy, la distopía es más sutil: no nos censuran, al menos no de manera descarada, nos entierran en basura, en shadowban, en “silenciar notificaciones”. El exceso de información es el nuevo opio del pueblo: nos da la ilusión de elección mientras nos paraliza. ¿Para qué rebelarse si ni siquiera puedes decidir qué ver para entretenerte?

Detrás de esta máquina de producir y consumir sin freno hay un combustible psicológico: el FOMO (Fear Of Missing Out), ese miedo irracional a quedarnos fuera, a perdernos lo importantelo virallo que todos están viendo. Las plataformas lo saben y lo explotan: nos bombardean con notificaciones, con «últimas horas para ver esto», con «solo 3 disponibles», convirtiendo cada scroll en una carrera ansiosa por consumir lo que, en realidad, nadie disfruta. Pero aquí está la ironía: en un internet donde todo está disponible, nada es valioso. El FOMO ya no es solo miedo a perderte algo, sino a darte cuenta de que, en el fondo, no te estás perdiendo nada. La saturación es tal que incluso lo auténtico —ese post escrito por un humano, ese artista independiente— se pierde en el ruido. Y así, seguimos desplazando el dedo sobre la pantalla, vacíos, pero incapaces de soltarla.

Como creador de contenido, he aprendido a golpes de algoritmo que crecer orgánicamente en redes sociales es como intentar escalar una pared de cristal engrasada, cada pequeño avance cuesta el triple de esfuerzo y la más mínima distracción te hace resbalar hasta el punto de partida. El sistema está diseñado para que, sin presupuesto publicitario, tu trabajo valioso se pierda en el limbo de los «no patrocinados», mientras contenido vacío, pero bien monetizado, acapara toda la atención. Es una batalla desigual donde la calidad y originalidad pesan menos que la capacidad de inyectarle dinero a la máquina de visibilidad. Lo más irónico es que seguimos creyendo, contra toda evidencia, que el buen contenido puede triunfar por sí solo. Quizá sea hora de admitir que, en esta versión distópica de internet, el talento sin presupuesto es el nuevo arte del malabarismo: admirable, pero nadie lo ve.

¿La verdadera rebelión? Dejar de temer que algo allá afuera sea mejor que tu propio tiempo offline.

Volver a lo analógico es el único acto rebelde que queda

Frente a este colapso digital, donde el FOMO nos mantiene enganchados a contenidos vacíos y algoritmos deciden qué merece nuestra atención, la verdadera resistencia se vuelve casi poética en su simplicidad: abrazar lo lento, lo tangible, lo irrevocablemente humano.

Mientras las IAs generan textos en segundos, hay revolución en pasar las páginas de un libro de papel que no se autodestruirá en 24 horas. Cuando los chatbots simulan empatía con frases prefabricadas, hay subversión en escuchar la voz quebrada de un amigo al otro lado del teléfono. En un mundo obsesionado con la automatización, hay dignidad en trabajar con las manos, en crear algo que ninguna IA podrá replicar, porque lleva impreso el error, la huella y el tiempo real. La usuaria Joanna Maciejewska dijo inteligentemente:

I want AI to do my laundry and dishes so that I can do art and writing, not for AI to do my art and writing so that I can do my laundry and dishes.

Quiero que la IA lave mi ropa y mis trastes para que yo pueda hacer arte, no que la IA produzca arte para que yo pueda lavar la ropa y los trastes”.

El internet que amamos —aquel de conexiones genuinas y descubrimientos accidentales— ya no existe. Pero nosotros, con nuestras imperfecciones, nuestra capacidad de aburrirnos y de elegir desconectar, seguimos aquí… por mientras.

Mikhail Carbajal

Escríbeme a mikhailcarbajal@hotmail.com

Mikhail Carbajal (Durango, 1991)

Es licenciado en Letras Mexicanas por la UANL y Maestro en Nuevas Tecnologías Aplicadas a la Educación. Es poeta y narrador. Autor de “Dividir el desierto” “Ciudad enteramente re-construida” y “Uno es el número mínimo de personas para hacer un dueto”. Es el creador del proyecto “La gramática del meme” reconocido en 2023 por el Senado de la República como proyecto que fomenta la cultura en la juventud. Fue becario del PECDA Durango en 2023.

 

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