Mariana Bernárdez: Sobre «Todas las ballenas»

La idea del texto ambiguo, inacabado, abierto recorre las páginas de Todas las ballenas de Renato Tinajero. Su estructura evidencia la profundidad de un cuestionamiento existencial inusual, donde se aventura un pensamiento metafórico que discurre de un modo diversamente poético para abarcar lo inabarcable; así lo delata su título que enaltece una tensión vital entre la unidad conceptual y la pluralidad de lo singular.

Sea “lo sugerente” el mecanismo a través del cual su significación revela un resonar de muy antes; y a la par, sea la capacidad de ensoñación como representación del mundo, la forma de afirmar una pertenencia a una tradición bifurcada entre Homero y la Biblia. Es en este sustrato donde Renato encuentra la expresión de su mesura, pues no hay verso sin ritmo ni pensamiento sin cadencia.

¿Y dónde comienza esta conversación?, no podemos dejar de lado que como buen filósofo, Renato bien sabe que la mayéutica, es un diálogo interminable; y como buen poeta, también sabe que entre más se habla, más nos habla el mundo.

Comienza desde el principio, con la historia de la creación, donde aparece el leviatán, lo monstruoso como límite de lo pensable que enfrenta a la indeterminación del lenguaje, como si desde esa imposibilidad brotara la eternidad y la movilidad de la palabra con sus diferentes estratos de polivalencia.

El símbolo y su constelar bajo la imagen cambiante de la ballena es lo que alienta en este mito fundacional. ¿Quizá por ello los versos largos, encabalgados, extendiéndose en el blanco de la página como un océano que se reinventa en el enigma de su marea?, versos que van tras la huella desvaída de lo Otro, lo que no se nombra con nombre verdadero, porque su verdad no se sujeta a causas y azares.

Y la metáfora ejerce su poder de seducción, se aproxima, trata de atisbar, de desvelar, y en ese movimiento la mirada va de un lado al otro, un leer que es un escribir, un doblez, una grieta por la que se cree entrever aquello que fascina y que asombra, eso desde donde nos repensamos y nos reconocemos.

El habla delimita el cerco del aparecer, manifiesta la borradura en su capacidad de ser otro y ser sí mismo, y que es “algo como un dios”, “una visitación”, una fuerza que atraviesa el tiempo jugando a la multiplicidad, anunciándose con su aroma, dejando una estela de silencio; escondiendo su sombra en la sombra de lo que se da a ver; y se transmuta, ahora es un perro, ahora una mujer que cojea, o alguien que se sube a una bicicleta o una adelfa que se aleja hasta la nada…, esa nada que acusa la pérdida de trato con lo divino: Poseidón convertido en una charca que se evapora.

Renato se inserta en la tradición del comentarista, escribe en los márgenes de la historia consabida, es el observador que asume “las personajías”, así cuando cuenta de Jonás, se vuelve Jonás y se vuelve la ballena. La analogía afirma el poder del símbolo, que al interpretarse, nos inserta en su capacidad transformadora, nos translumbra, nos anonada y entonces el lector es esto y aquello, y puede montarse en la ola porque se ha hecho uno con ella, porque hay una justicia invisible que los ha unido, porque hay una vasta ley que todo lo dibuja y lo desdibuja y que ha trabajado un solo contorno para la ola con su ballenato.

Sea el texto ese pliegue donde se descubre en la bóveda del mar, “uno de los equilibrios más antiguos”. Luego el ballenato no será el lector ni el escritor sino el poema, que nos sumerge en su profundidad, que sostiene su nado en el océano prefigurado de la hoja, despertando algo misterioso, un hambre lejana, un nudo formado en el devorar y ser devorado, y la enumeración de atributos se despliega para lazar lo que en su huida va inventando máscaras, trazas que acechan el mutuo trasiego de la caza, el arpón en la mano, la herida en el lomo, la rajadura, el deseo que se traduce en un secreto que no sobreviene palabra, pero que es un río que fluye hacia atrás en el vaivén de la memoria, un río eterno que miró Heráclito y conversó con Sócrates y con Renato.

Los dos poemas sobre el miedo son el centro que vertebra el discurso poético, y en su expresión, lo presunto nos implica en su demostración atávica, en la pregunta retórica que encierra una disyunción sobre un presente que vuelve a ser presente…, entonces las palabras con las que se escriben los poemas son un llamado que develan su carácter ontológico: hambre de luz, dice Renato, hambre con la que se macera el temor, esa vasta recompensa, ese esplendor de los dioses, su vacuidad, esta nueva alianza del abandono.

Y me pesa como un dolor de muerte en cada vena,/ como un marfil/ que va subiéndome del pecho a la garganta, grave pero tenue/ y dulce, como una miel en que me voy secando, solo, así/ y reducido/ a pura brisa, a puro yo, a pura nada.

Y el poeta habla de la ballena, de lo que encalla, de la ruina, del vestigio, de lo irremediable; escritura como acto de abrir, de estar abriendo, de mantener lo abierto, por si acaso pudiera montarse en su lomo y hundirse en el fondo helado del mar, para dar testimonio de cuando se quemaron las naves hasta no tener más qué quemar, o de cómo lo que importa es el hervor que rompe la superficie de aquél balde, de la caja de cristal, de ese mare nostrum, o de esa agua salada cuyo secreto se delata en el llanto inllorado del ojo que nos mira cautivo en el congelador del supermercado, esa ballena en su jaula de vidrio que canta porque es un buen instrumento, opinan, mi ballena. /Es sirena buena, de buen tono, de madera de estrellas, cómo/ aprende a entonar, ballena mía./ Cómo aprende/ el saludo, la canción, la despedida cortés. La pausa.

La cesura, entendida como la proporción pendular del azar, es donde la vastedad y su lejanía, se dispersan señalando el haber sido a través de los objetos arrumbados, olvidados de sí como la nomenclatura en latín que logra que un cachalote, por la prestidigitación del imaginario, sea una hormiga australiana que acusa los desatinos, porque cuando esto es aquello y aquello lo mismo, la polifonía de voces del yo poético queda atrapada en el reflejo infinito de los espejos.

La mirada se limpia y se enturbia, así la vida, el tiempo que se va, y queda bajo palabra lo que se calla, el destino que se prefigura, que se desafía porque un arpón no es nada; siempre se puede resucitar, si quien lee, recibe el tajo; si se acepta que el monstruo no es la ballena sino quien altera la cadencia. Y el poeta sueña con el arpón y con la ballena, la que está en el traspatio, la que parece un trasto roto, la pequeña ballena que muere triturada bajo las llantas de un coche, la que es un falo, un cordón umbilical, que se troza en la duda que desdobla el yo cartesiano:

¿Será que en cierta fase/ -pero el yo que esto piensa no es el yo/ que acompañaba/ hace más de treinta año/ a mi padre en aquel auto-/ será que en el transcurso/ de un peldaño al que le sigue,/ a cierta edad,/ un montón de ballenas en el suelo/ hacen nacer/ de la chistera mágica/ metáforas sobre la visa/ y metáforas también sobre la muerte?

La duda que encierra otras en una espiral interminable, en ese monodiálogo donde el yo registra a través de lo inerte lo alguna vez vivo, una mano en la puerta./ El temblor de una copa/ Un periódico sobre la mesa,/ a medio leer. Un reloj descompuesto.// El tiempo apresado en una concha, ese devenir incesante, esa dentellada fiera, ese no entender nunca qué es lo que duele como un mar/ de vidrio, en los oídos.

Esther Cohen. “El territorio de la palabra escrita”, en La palabra inconclusa. México: UNAM. Col. Bitácora de poética 2, 1991, p. 60, refiere: “De este fugaz descubrirse del velo que deja entrever el rostro de la amada parece surgir el placer se la lectura, un placer ligado, podríamos decir, a una actividad de búsqueda, de exploración y de desciframiento de ciertas señales […] Quizá sea este sutil descubrirse el que pone en movimiento el texto, el que posibilita la lectura como una modalidad de la escritura.”

  • Foto de Rogelio Cuéllar

Sobre la autora:

Mariana Bernárdez (filósofa, poeta y ensayista mexicana). Cursó estudios de posgrado en filosofía y literatura por la Universidad Iberoamericana tras licenciarse en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Anáhuac. Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y consejera editorial del Periódico de Poesía de la UNAM. Ha sido traducida al inglés, catalán, portugués, rumano e italiano.

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