La importancia
“Cuatrocientos mil changos no pueden estar en un error”, era el ardid publicitario que vendía, con fondo de orquesta, el mejor antidepresivo en píldora jamás inventado. Las farmacias estaban como taquerías: filas y dobles órdenes. “En la compra de dos combo-homínido, el agua Ciel de seiscientos es gratis”. Las personas se iban con risas histéricas, cuadritos en el abdomen y bronceadas. La FDA había prohibido la prueba de medicamentos en humanos, entonces los changos eran los héroes globales que bailaban para convencernos de la felicidad.
La nación entera se dedicó a hacer yoga y a admirar el vuelo de las mariposas. Las iglesias se vaciaron y los padres católicos aceptaron el sexo premarital como la bendición de una deidad que dejó de existir en la primera toma. El sol nunca más fue tan fuerte, ni el frío tan calador.
Ernestina no cuadró en aquel romance de pincel fino. Los pocos científicos que, por amor al arte, siguieron en su oficio se dedicaron a estudiarlo. “La incapaz”, así fue nombrado por los noticieros: caso único de la mujer infeliz en el mundo perfecto. Se descubrió que él contaba con un defecto genético que sólo tenía el punto cero, cero, cero, cero, cero, uno por ciento de la población. Como resultado, era inmune al coctel.
El estatus de celebridad le llegó pronto: de ser una sección curiosa más del noticiero pasó a tener el programa estelar en la televisora. El sonido de estática era la introducción del show con el mayor rating de la historia. Detrás de un púlpito grisáceo, salía Ernestina con cara complaciente y un vestido largo y negro. Decía una o dos frases con la voz entrecortada sobre las asesinadas que existían antes de las píldoras, sobre Sylvia Plath y el horno que acabó con su vida, sobre su viente y el dolor, sobre alguna búsqueda, la que fuera. La multitud hacía erupción en júbilo y cantos unísonos sin ensayar.
Algunas veces, Ernestina rompía en llanto y otras tantas lograba aguantar hasta que sus cachetes se tornaban carmín. Después su cara pálida y deslavada dejó de aparecer en las pantallas nacionales y unos días más tarde, nadie la recordaba. Los changos siguieron bailando en los comerciales.
Sobre el autor:
Rodrigo Ramírez del Ángel (Veracruz, 1985) es escritor. Ha publicado cuentos en Papeles de la mancuspia, Espora y en el libro Villa Diodati (2020) compilado por Julián Herbert y Sylvia Georgina Estrada. En el 2015, obtuvo la beca del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico para novela. Fue miembro inicial del colectivo OINK de literatura erótica fundado por el poeta José Eugenio Sánchez. Coescribió el cortometraje Cómo hacer una nube, basado en un cuento de su autoría, el cual se estrenó en el 2018. Su novela Dinero para cruzar el pueblo obtuvo el Premio Nuevo León de Literatura 2020.