Doler como una estación coloreada de significados (a propósito del primer libro de Dina Tunesi), por Renato Tinajero

Dina Tunesi publicó muy recientemente en Funámbulo un libro de poemas: Un árbol pasa y duele como una estación vacía. Es su primer libro publicado. Y se trata de un libro redondo, planeado, estructurado, fiel a sus propias reglas y a sus recursos estilísticos. No hay en él dispersión alguna, sino la clara intención de trazar las coordenadas de un universo personal.

En su libro, Dina poetiza con los colores. Este es el primer rasgo reconocible de su universo personal. Los colores se perciben, pero no como mera contemplación, como pura información sensorial, sino de esta otra manera: los colores son puentes con los cuales nos comunicamos con las cosas. Las cosas nos comunican su ser y nosotros nos volcamos hacia las cosas. Como si los colores fueran las cosas mismas o como si los colores fueran personajes que nos interpelan, dotados de una intención y quizás incluso de un atisbo de conciencia. Aquí un ejemplo:

Encuadre de una cintura como eje central,

una mano sostiene una granada,

las uñas coronadas en amapolas

se entierran en la pared capilar de la fruta

y, como si sangrara,

su jugo hace un mapa en las piernas cruzadas.

En esas líneas, el rojo es un dato sensorial, sí, pero también es el vínculo de la poeta (y del lector) con los objetos. Es el disparador de la experiencia: fuente de la acción y manantial de significados. La voz poética entra a las cosas a través del color. Y es a través del color que las cosas se asoman a la superficie del poema.

Otro rasgo de la poética de Dina es algo que me gustaría llamar perspectiva mítica. Los objetos nombrados en los poemas aparecen impregnados de una historia, están referidos a algún hecho situado en una indeterminada lejanía temporal y el cual les concede su ser: referidos a algo ocurrido en la raíz del universo personal y que aún repercute en el presente en que se enuncia el poema. No son objetos que se puedan señalar de forma inocente, como piezas de un escenario. Ante esos objetos el lector es invitado a ejecutar un esfuerzo interpretativo que ayude a develar la trayectoria vital y mutable de los objetos, sus devenires y avatares, su condición actual y cambiante. Son objetos empapados de historia y de metamorfosis. Leamos:

De niña la estación del tren era como el punto de reunión con mi centro: el cruce de vías bien podía ser sustituto de todo lo que me faltaba, como los pedazos de uña que masticaba y tiraba en el trayecto a mi destino.

Cuando caminaba por el andén miraba hacia arriba y en vez de encontrar nubes, sólo veía una ventana ahí, como si siempre hubiera estado y Dios hubiera creado el mundo alrededor de ella.

Más adelante en ese mismo pasaje, la ventana deviene colores, que en la poética de Dina significa que la ventana muta en algo más, pues los colores, dijimos, son cosas, no son mera información sensorial. Y la ventana deviene también sueños en los que las cosas (con sus colores) adquieren una personalidad diversa. Y es finalmente destruida, que en la lógica del poema es como destruir un centro del que emanan los significados.

En muchos de los poemas, Dina evoca un escenario mítico en particular. Es la estación de tren, en la que algún acontecimiento agridulce ha ocurrido. Conocemos parcialmente el acontecimiento: un viaje, una despedida. Y a sus personajes: los que se van y los que se quedan. El acontecimiento no nos es dado en todos sus detalles (lo cual es un acierto, pues quedan abiertas para el lector las puertas de la imaginación); por el contrario, el acontecimiento se presenta en aproximaciones, sugerencias, sensaciones, retazos de memoria, fragmentos, como en un collage cubista que muestra todo a la vez pero obliga al espectador/lector a reconstruir la realidad que se le ofrece desplegada, desintegrada. Quiero concluir con un ejemplo de esto que acabo de apuntar:

El eco del traqueteo en las vías

colinda entre giros con el grito del silbato

como plumas desprevenidas en el aire.

El día parece usado:

cielo en la hora nublada;

el césped:

reflejo fragmentado desde la estación.

El lector no podrá reconstruir un hecho que no es suyo, pero sí conectará los fragmentos del acontecimiento con experiencias y sensaciones propias. Cada lector imaginará su propia estación de tren, su historia propia de trayectos, encuentros y despedidas. Y así es como en Un árbol pasa y duele como una estación vacía se entabla la comunicación poema-lector y un círculo se cierra. Le toca a cada lector abrir y cerrar su propio círculo.

 

Renato Tinajero (Ciudad Victoria, 1976). Es autor de poemas, ensayos y narraciones breves. Estudió filosofía en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Se dedica a la literatura y a la educación superior. Entre sus obras se encuentra Fábulas e historias de estrategas, libro que obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2017.

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