Hacemos poesía para confrontar a la muerte, para verla a los ojos y decirle que no va a llevarse todo lo que amamos porque lo hemos puesto ahí, en el poema. Y, sin embargo, la poesía es más que la confesión de un dolor o una ausencia: es la exploración de lo indecible, la conjuración de una epifanía verbal.
Tristera, de Fernando Trejo, es un libro lleno de nostalgia y presente. Es un largo te quiero, un largo estamos juntos que el poeta le escribe a su padre y a sus hijos. Es un libro que pueden leer los que nunca leen poesía, y los que se dedican a estudiarla; porque está hecho de verdades entrañables que han sido dichas de un modo congruente con su sentido. El tono de los poemas es el de una conversación con alguien que (como el lector) está, al mismo tiempo, lejos y cerca de quien escribe.
La noción de presencia, y no la de ausencia, le sirve de centro a este libro en el que la frontera de un lado, y otro de la existencia, es apenas un contorno, un umbral que se transita en ambos sentidos:
Como si regresar de la muerte fuera cosa fácil, mi padre se descalza a la orilla de mi cama sin encender la luz.
El amor y la memoria son formas de la presencia en la poesía de Fernando Trejo, y eso no es distinto de la experiencia de muchos de nosotros, sus lectores. Por eso es que este libro pega tan profundo y tan sencillamente: son poemas que no esconden su raíz ni sus frutos, que nos dejan quedarnos bajo su luminosa, brillante sombra.
Son necesarios libros como este en la poesía mexicana actual, tan acostumbrada ya a los proyectos intelectuales que terminan por alejarse de esta otra posibilidad: hacer poemas que vienen de, y que van hacia, la vida misma y los misterios que encierra. Yo celebro mucho esta bella Tristera, este hallazgo.
Manuel Iris