Tres poemas de Una señal del cielo, de José Javier Villarreal

En esta ocasión les compartimos tres poemas del libro Una señal del cielo, de José Javier Villarreal, poeta, ensayista y catedrático que ve su obra publicada en México a través de Mantis Editores.

Surge la necesidad de ver el cielo,

algo que se distinga y nos señale:

una estrella, la cruz lumínica de un avión,

lo que no nos pertenece, lo que no podemos alcanzar

pero nos detiene, nos suspende.

Porque a veces es necesario detenerse,

ver una estrella y no saber a dónde dirigirse;

solo quedarse con la impresión de que algo se nos anuncia,

algo se nos promete, que por el momento

no podemos alcanzar.

LA PIEDRA ESTÁ AHÍ,

no podemos fingir, sabemos que la piedra es famosa;

se le han escrito numerosos y magníficos poemas,

artistas de renombre han declarado que se ponen a su servicio

en el momento que toman el cincel y el martillo.

Hay amantes que recogen una piedra para dársela a su amado.

¿Por qué esa piedra y no otra?, ¿por el color, la forma?

No lo sabemos, la piedra tampoco lo sabe;

sin embargo, esa piedra ya no es cualquier piedra,

no sirve para hacer un poema, tampoco una escultura;

por lo general ese tipo de piedra es pequeña y cabe en la palma de la mano,

se puede guardar en el pantalón o en la camisa,

se puede llevar a todas partes, incluso se puede llegar a perder;

un buen día la buscas y ya no está,

jamás la vuelves a ver,

no la sientes, no pesa en tu mano, no te lastima al tacto

ni siquiera recuerdas cómo era, qué color tenía,

si era negra o dorada, porosa o lisa;

realmente no te acuerdas de la piedra.

Sin embargo, su ausencia te inquieta,

no te deja dormir, ver la televisión,

concentrarte en tus deberes.

Adamastor, el personaje de Camões, se convirtió en piedra,

en los sesenta un súper héroe era de piedra,

en los setenta un famoso pugilista era conocido como Manos de Piedra.

Las piedras siempre han estado ahí; de hecho, una leyenda griega

cuenta de una pareja que arrojaba piedras y el mundo se iba poblando;

desde esa perspectiva todos somos de piedra

o venimos de la piedra.

Cristo fue sepultado tras una piedra, pero unos ángeles bajaron,

quitaron la piedra y él pudo salir de su sepulcro,

pero esto sólo le ha sucedido a él a lo largo de la historia,

no hay otro caso que se le asemeje;

nadie, hasta la fecha, que no sea él ha podido resucitar.

No cabe duda que las piedras tienen su peso y significación;

quizá por eso los amantes, entre tantas cosas que regalan,

regalen piedras, pequeñas piedras que caben en la palma de la mano,

en el bolsillo del pantalón o de la camisa;

piedras que se pueden perder,

pero cuyo peso va aumentando día con día

y es tan grave perderlas como conservarlas.

Está la historia de ese amante que cargaba su piedra,

que subía hasta lo más alto

con la intención de deshacerse de ella,

pero había algo sordo y oscuro, algo que no podía explicar,

algo que lo hacía bajar corriendo y, con un ahogo que lo sofocaba,

buscar su piedra en ese mar de piedras, buscarla con tal cuidado y ansiedad

que lo hacían siempre encontrarla;

y ya que la tenía consigo, que la podía tomar entre sus manos,

crecía ese sentimiento, esa furia, que lo hacía escalar de nuevo

con la intención de deshacerse de ella, de arrojarla desde lo más alto;

pero una vez que la oía caer, que sentía el peso de su ausencia,

corría, con un dolor en el pecho, a ese mar de piedras donde habría siempre de encontrarla,

donde siempre habría de reconocerla.

Los musulmanes, una vez en la vida, van a la Meca;

para dicho viaje se preparan como es debido,

hacen sus oraciones de rigor, comen determinados alimentos,

se abstienen de ciertas cosas, y otras las hacen con mayor cuidado.

Dan vueltas y más vueltas alrededor de una gran piedra;

quizá se trate de la nostalgia por aquella pequeña piedra

que un día tuvimos entre las manos y que es fecha que no nos resignamos

a haber perdido.

DEFINAMOS LAS COSAS:

estoy triste, muy triste

y mi tristeza se me sube al cuello de la camisa

y hace que ésta me quede grande,

tan grande que desaparezco en su interior.

Pero mi tristeza no desaparece,

no se va a contemplar a los ángeles a la orilla del estanque,

no saca a pasear a mi perra por las plazas de mi colonia;

no, tampoco toma mi auto y decide desaparecer por un rato,

poner el celular en buzón

y ser ilocalizable por horas y horas.

Mi tristeza es tímida y no se va con cualquiera,

no se inscribe en cursos que puedan distraer su atención,

no planea viajes de fin de semana

que rompan la monotonía de sus días.

Creo que ni siquiera ha contemplado la posibilidad de tomar una terapia.

Mi tristeza es callada, ensimismada y predecible,

gusta de pasear por los mismos lugares,

de salir o entrar a determinadas horas,

de seguir una rutina,

de vestirse con los mismos tonos,

de tomar los mismos alimentos,

de beber el mismo tequila

aunque haya mejores y más baratos.

Tiene una dieta particular,

pero a veces se olvida de comer,

de ciertas fechas aunque depende de su agenda

y de un estricto horario de trabajo.

Mi tristeza va y viene, por lo general se siente más cuando viene;

sabe atajos y gusta de ir en línea recta,

sabe dónde estacionar el auto, dónde comprar su refresco

y en qué determinado lugar tomar el sol.

Mi tristeza es friolenta, yo no;

por eso siempre me pide que apague el clima

o la deje envolverse entre las sábanas;

después se queda quieta, tendida de espaldas con los ojos cerrados,

no habla, no se mueve, sólo suspira;

yo la veo también en silencio, luego veo el techo,

la lámpara, y cierro los ojos.

Mi tristeza tiene gran poder sobre mí,

me he dado cuenta que dependo de ella,

que siempre está conmigo

cuando me baño, me seco, o me lavo los dientes;

a veces logro escaparme en algún sueño,

pero esto es sólo momentáneo,

ocurre muy pocas veces y por tiempos muy breves.

Ahora mi tristeza –como ya señalé- se ha instalado en el cuello de mi camisa,

ésta se ha vuelto tan grande

que me he perdido en su interior.

Mi tristeza es como un gato;

un gato que no se ve.

Mi tristeza es el ronroneo que escucho cuando apago el clima,

toco las sábanas,

veo el techo, la lámpara,

abro los ojos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Funámbulo Librería – Editorial

Monterrey, Nuevo León, MX

Envíos a toda la República Mexicana

Sigue nuestras redes sociales

X
Add to cart