Dividir el desierto: La frontera que nos atraviesa, por Marisol Vera Guerra

Dividir el desierto.

Mikhael Carbajal.

Funámbulo libros, 2023.

Me entero en las páginas iniciales de este libro que su autor, Mikhail Carbajal, es de Ciudad Juárez, y que lo comenzó a escribir durante lo que él llama, su “exilio regiomontano”. Creo que lo entiendo, no del todo ─claro─ porque cada exilio es distinto. Yo, por el contrario, vengo de la costa y del monte. Crecí en la sierra veracruzana y me hice adulta en el mismo lugar donde nací: junto al mar tamaulipeco. Pero el exilio autoimpuesto en esta ciudad obedece a mi necesidad ─o necedad─ de ir por el camino de las Letras. Carbajal vino a tierras regias ─rulfeando─ porque le dijeron que aquí podía estudiar Letras; yo vine porque me dijeron que aquí había trabajo de escritor… o algo parecido. Llegué a Monterrey en 2012, el año en que este poemario, curiosamente, empezó a emerger.

Como otras veces, advierto al lector/espectador sobre mis supersticiones y este pensamiento arbóreo que me hace conectar geografías y vivencias, a primera vista lejanas; no se me da esto de acercarme a un libro sin meterme a andar en él con todo mi bagaje: mis angustias, gozos y símbolos.

El autor que nos ocupa, decía, toma distancia del desierto para hablar sobre él.

El distanciamiento transgrede la visión del mundo.

El holandés Cees Noteboom inicia su famoso libro-bitácora de viajes Hotel nómadai citando al sabio árabe Ibn Άrabī: “El origen de la existencia es el movimiento. Esto significa que la inmovilidad no puede darse en la existencia, pues, de ser ésta inmóvil, regresaría a su origen: la nada”. Una reflexión que emerge desde el misticismo, pero que bien podría interpretarse desde la física moderna. El espacio, el tiempo mismo, existen porque la partícula primordial se movió, se fracturó, se distanció de sí misma. Siguiendo esta lógica, el viaje es infinito.

Y nadie puede evitarlo.

Acaso lo que vuelve distinto el viaje sea la consciencia y la intención del viajero.

La primera vez que tuve una consciencia profunda del desierto fue, precisamente, en Ciudad Juárez, hace algunos años, cuando la piel se me agrietó apenas haber dado unos leves pasos bajo el sol de mediodía. El sol de la costa es tan distinto, te relame toda, te hace sentir siempre envuelta en una capa de sudor y grasa. Y allá, el sol del desierto es una boca que aspira con violencia el agua de las carnes.

Aquella sensación, mezcla de fragilidad y azoro, despertó de nuevo en la brevedad de los versos de Dividir el desierto.

Su autor logra este efecto sensorial después de una larga y minuciosa elección de las palabras, la estructura, el argumento en cada poema.

Escribir sobre el desierto para Mikhail implica construir un Yo lírico donde se eligen los fragmentos de vida y de reflexión que deben quedar representados. Sus poemas por momentos son fotografías habladas.

Cito:

Acupuntura para el desierto:

miles de cruces clavadas.

En el poema como en la fotografía, se elige un marco para representar la realidad. Se escogen, entre muchos elementos posibles, los que el autor o autora considere indispensables. Siempre con una carga subjetiva, por supuesto, pero también con una coherencia que nace sólo de la mirada disciplinada. De la observación y el cuidado.

En la charla entre Cristina Rivera Garza y Emilio Gordillo, dentro del ciclo Escrituras de lo común,ii aquella mencionó que siempre hay una investigación en el escritor. Ésta, entiendo, puede ser documental, histórica o al interior de sí mismo. Pero siempre se investiga. No se puede escribir de otra manera.

Los resultados de este proceso investigativo, en el caso de Dividir el desierto, son palpables. Además de los efectos sensoriales a los que aludo ─donde aparecen la arena, la sal, el fango, una tubería quebrada─, se encuentra también la consciencia brutal de ser migrante, de ser atravesado por la frontera (así, en este cambio de perspectiva), pues no somos nada más nosotros quienes cruzamos, la geografía también cruza por nosotros, nos envuelve con sus sed, nos mutila. Y nuestro yo se encuentra, del mismo modo, tembloroso hablándole al horizonte buscando quién sabe qué.

Al final, Mikhail desdibuja nuestra individualidad para humanizar al desierto y preguntarle cosas, y decirle, acaso, con una tenue esperanza, que aún hay vida en su seno.

i Cees Noteboom. Hotel nómada. Prólogo de Alberto Manguel. Ediciones Siruela. Traducción al castellano de Isabel-Clara Lorda Vidal. Primera edición en México, 2008.

ii Ciclo escrituras de lo común, por el Centro de Investigación en Comunicación, Literatura y Observación Social (CICLOS) UDP. Cristina Rivera Garza sobre escrituras comunitarias, sus formas, implicancias y potencialidades entre la producción latinoamericana del siglo XXI. Realizada en modalidad virtual el 18 de mayo de 2022.

Sobre la autora

Marisol Vera Guerra (Tamaulipas, 1978). Poeta, narradora y editora. Experimenta, también, con el dibujo, el videopoema y el performance. Es autora de múltiples libros de poesía, cuento y literatura infantil. Es directora y editora de Morgana Ediciones.

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